A menudo se dice que alguien hace el papel de «abogado del diablo» cuando defiende ideas, acciones o suposiciones (con las que no necesariamente está de acuerdo) que la gran mayoría de las personas ven como indefendibles; o lo que es lo mismo, cuando se ejerce de “malo” y se ponen pegas o trabas con el fin de encontrar contradicciones o falsedades a todo lo anteriormente citado.
La Iglesia Cristiana primigenia rendía culto a sus mártires, los que eran reconocidos como tales por el obispo del lugar. En el siglo X se concentró en el Papa el derecho de reconocer santos y fue Ulrico, Obispo de Augsburgo, el primer santo canonizado, en el 993, por Juan XV.
Pero fue el Papa Urbano VIII, el que en 1634, con la Coelestis Hierusalem sentó los procedimientos para la canonización formal, la que encargó a la Sagrada Congregación de la Fe.
En el proceso se nombraba a un cura que postulaba la causa del candidato a santo, al que se llamó postulator causa, y a otro encargado de encontrarle cualquier tacha, al que se le llamó advocatus diaboli, esto es, «abogado del diablo», en alusión figurativa de representar los posibles intereses escondidos del diablo.