Usamos la expresión «llorar como una magdalena» para referirnos a alguien que llora mucho o de manera desconsolada.
Esta expresión se refiere a María Magdalena, cuyo nombre evoca a su lugar de origen, Magdala, localidad situada en la costa occidental del lago de Tiberíades y aldea cercana a Cafarnaúm; y es mencionada en diversos relatos tanto en el Nuevo Testamento canónico como en varios evangelios apócrifos como una distinguida discípula de Jesús de Nazaret.
Una concepción muy extendida habla de María Magdalena como una adúltera que fue salvada de la lapidación por Jesús y, por su condición de pecadora arrepentida, su iconografía se representa siempre llorando.
Esta visión se está modificando en la actualidad, ya que María Magdalena jugó un papel muy importante en el cristianismo primitivo, siendo considerada la primera entre las mujeres en seguir a Jesús, existiendo hipótesis que incluso le presentan como su esposa o compañera sentimental además de su discípula, habiendo estado presente en su crucifixión y siendo la primera testigo de la resurrección del mismo.