Tras la victoria de la Revolución de 1917 en Rusia, se trató de acabar con muchos elementos que recordaban a épocas anteriores, y en esta espiral de acabar con todo, incluso hubo intentos de eliminar la religión de la sociedad. El método elegido fue la confiscación de los bienes de la iglesia, la quema de conventos, etc., e incluso intentaron ir más allá demandando a Dios.
La acusación provenía de Anatoly Lunacharsky, el comisionado para la instrucción pública, quien también será el presidente del tribunal popular responsable de tomar un veredicto.
Dios fue entonces acusado de crímenes de lesa humanidad y genocidio, y el juicio se llevó a cabo (como si fuera un acusado ordinario) el 16 de enero de 1918.
Ante la imposibilidad de sentar a Dios en el banquillo de los acusados, se utilizó una Biblia en su representación.
La defensa y la acusación empezaron a hacer su trabajo: por un lado, la defensa pedía la absolución del acusado por «trastornos o demencia y por otro lado, la acusación pedía su condena por las circunstancias mencionadas.
Tras varias horas de juicio, se llegó a un veredicto final, que no otro que encontrar al acusado culpable de los cargos que se le imputaban, sentenciándolo a muerte.
La sentencia se ejecutó al día siguiente, a las 6:30 horas, mediante múltiples disparos de fusil al aire por parte de un pelotón formado al efecto.
Años después, y una vez pasada la fiebre revolucionaria, algunos de los implicados en el juicio (entre los que podemos citar al propio Lunacharsky) reconocerían el «exceso» que han cometido con tal «juicio».