En un lugar remoto y oscuro, donde el viento sopla con fuerza y la lluvia cae sin cesar, un hombre trabajaba obsesivamente en su laboratorio. Este hombre era el doctor Victor Frankenstein, un genio de la ciencia y la filosofía, que había dedicado su vida a encontrar la clave de la vida eterna. Sus experimentos eran cada vez más extremos y peligrosos, y muchos lo consideraban un loco obsesionado con una idea imposible.
Sin embargo, un día Victor logró algo que parecía imposible: crear vida a partir de la materia inerte. Con una mezcla de química y electricidad, logró dar vida a un ser hecho de piezas de cadáveres. Pero lo que había creado no era humano, no tenía alma ni consciencia, era un monstruo que lo aterrorizó desde el primer momento.
El monstruo de Frankenstein, como lo bautizó su creador, era una criatura de gran tamaño, con piel amarillenta y ojos brillantes. A pesar de su apariencia amenazante, el monstruo era inteligente y sensible, y anhelaba ser aceptado por la sociedad humana. Pero su apariencia lo hacía objeto de rechazo y miedo, y pronto descubrió que no tenía lugar en el mundo al que había sido traído.
A medida que el monstruo deambulaba por el mundo, buscando un lugar al que pertenecer, su fama se extendía. Muchos lo temían, y algunos intentaron capturarlo o destruirlo. Pero otros lo veían con compasión y trataban de ayudarlo, como el anciano ciego que le enseñó a leer y escribir.
La historia del monstruo de Frankenstein ha sido objeto de innumerables adaptaciones y reinterpretaciones en la literatura, el cine y la cultura popular. Desde la versión original de Mary Shelley, publicada en 1818, hasta las películas de terror de la década de 1930, la imagen del monstruo ha evolucionado y se ha adaptado a los diferentes contextos culturales.
En algunas versiones, el monstruo es retratado como un villano sanguinario, mientras que en otras es más bien una víctima de la sociedad y la ignorancia. Algunos lo ven como un símbolo de la alienación y la exclusión social, mientras que otros lo interpretan como una metáfora de los peligros de la ciencia y la tecnología.
En cualquier caso, el monstruo de Frankenstein sigue siendo una figura fascinante e inquietante, que despierta nuestra imaginación y nuestra compasión. Su nombre es sinónimo de creatividad y locura, de ciencia y misterio, de monstruosidad y humanidad. A través de su historia, nos enfrentamos a preguntas profundas sobre la naturaleza humana y la responsabilidad que tenemos hacia nuestras creaciones.
¿Pero cuál es el verdadero nombre del monstruo de Frankenstein? A pesar de que popularmente se le conoce así, la criatura creada por el doctor Frankenstein nunca recibe un nombre propio en la novela original de Mary Shelley. De hecho, el monstruo es referido a menudo como «el demonio», «la criatura» o simplemente «él».
Sin embargo, el nombre de Frankenstein se ha convertido en sinónimo del monstruo, y es comúnmente utilizado para referirse a él. De hecho, en muchas de las adaptaciones cinematográficas, teatrales y literarias, el nombre Frankenstein se refiere tanto al creador como a la criatura.
A pesar de esta confusión popular, hay una teoría interesante acerca del verdadero nombre del monstruo de Frankenstein. En la novela, el monstruo aprende a hablar y a leer por sí mismo, y comienza a estudiar literatura y filosofía. En particular, se siente atraído por el poema «Paraíso perdido» de John Milton, que cuenta la historia del ángel caído Lucifer.
En la novela, el monstruo se identifica profundamente con la figura de Lucifer, quien fue expulsado del cielo por su rebeldía y su deseo de igualarse a Dios. Esta referencia ha llevado a algunos teóricos a especular que el verdadero nombre del monstruo podría ser «Adam», en referencia al primer hombre creado por Dios en la mitología cristiana. De esta manera, se sugiere que el monstruo se ve a sí mismo como una especie de nuevo Adán, creado por la ciencia en lugar de por Dios.
Esta teoría se vé reforzada por el hecho de que la creadora de esta novela, Mary Shelley se refirió a él como “Adam” durante una lectura pública.