Cuando alguien es demasiado molesto y agota nuestra paciencia podemos mandarle a “hacer puñetas” para que nos deje en paz, pero… ¿sabemos realmente lo que estamos mandándole hacer?
Algunas fuentes apuntan a que lo que hacemos es mandarle a que se masturbe, debido al uso coloquial que se le daba a éste término en Portugal y ciertas regiones de Castilla, aunque otras (más aceptadas) indican que su origen hace referencia a los puños bordados con numerosas filigranas y encajes que visten en la actualidad los jueces y magistrados principalmente (aunque también existen otros trajes ceremoniales con estos adornos).
Hacer estos encajes requeriría mucha destreza con el hilo y la aguja, pero también mucha concentración y especialmente mucho tiempo.
También se dice que las principales «fábricas» de puñetas eran las cárceles y monasterios, ya que sus habitantes pasarían el tiempo entre sus muros, por lo que no cabe duda que cuando enviamos a alguien a «hacer puñetas» le exhortamos a mantenerse alejado de nosotros durante un tiempo considerable para obtener toda la paz y calma que su presencia y actitud nos quita.