Las latas de conservas son uno de esos inventos que surgen de la necesidad bélica y que posteriormente se hacen indispensables en el día a día de cualquier ciudadano de a pie.
Su origen se encuentra en un curcurso ideado a principios del siglo XIX por Napoleón, precupado por la alimentación de sus soldados durante las largas y lejanas campañas que estos emprendían.
El ganador fue Nicolás Appert, quien mediante un procedimiento similar al del «baño María» consiguió que los alimentos durasen en buen estado durante un mayor tiempo.
El problema radicaba en el objeto utilizado para conservar estos alimentos, pues eran tarros de cristal con un tapón de corcho sobre el que se vertía cera para que nunca entrara aire en el interior, algo excesivamente frágil para ser transportado a un campo de batalla.
Es aquí donde aparece la figura de Peter Durand, un comerciante inglés que tendrá la idea de meter estos alimentos en latas de hojalata, surgiendo así la primera lata de conservas en 1810. Su patente fue concedida el 25 de agosto de 1810 por el rey Jorge III del Reino Unido.
Cabe mencionar que las formas utilizadas para abrir estas primeras latas de conservas eran todo menos «delicadas», no inventandose el abrelatas hasta el año 1858.