En la actualidad, es común que los libros tengan un título distintivo que permita identificarlos y diferenciarlos de otros libros. Sin embargo, esto no siempre ha sido así. En los primeros tiempos de la escritura, los libros no llevaban un título, y su contenido era identificado mediante una breve descripción o mediante la autoría.
El uso de títulos para los libros es relativamente reciente. Durante la Edad Media, los libros se identificaban mediante una breve descripción en latín de su contenido, que a menudo era muy general y poco precisa. Por ejemplo, un libro podía ser identificado como «un tratado sobre la fe» o «una obra sobre la naturaleza del universo».
Sin embargo, con la llegada de la imprenta en el siglo XV, los libros comenzaron a producirse en grandes cantidades y a comercializarse a una audiencia cada vez más amplia. Como resultado, se hizo necesario identificar de manera más precisa el contenido de los libros para atraer a los compradores potenciales.
Algunos de los primeros libros impresos llevaban títulos muy descriptivos y detallados, que a menudo ocupaban varias líneas. Por ejemplo, la primera edición impresa de la Biblia, producida por Johannes Gutenberg en 1455, fue titulada simplemente «La Biblia«, pero incluía una larga descripción en latín que identificaba claramente su contenido y su autoría.
Sin embargo, no todos los libros de la época llevaban títulos tan detallados. Muchos simplemente eran identificados por el nombre de su autor o mediante una breve descripción que indicaba el tema general del libro. Por ejemplo, la obra «De Revolutionibus Orbium Coelestium» de Nicolás Copérnico, que revolucionó nuestra comprensión del universo, no llevaba un título propiamente dicho, sino simplemente una breve descripción de su contenido.
Fue en el siglo XVII cuando se empezó a popularizar el uso de títulos cortos y concisos para los libros, que permitían identificarlos de manera rápida y sencilla. En esta época, los títulos comenzaron a ser utilizados como una herramienta de marketing para atraer a los lectores potenciales.
Por ejemplo, la obra «El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha» de Miguel de Cervantes, publicada en 1605, fue uno de los primeros libros en llevar un título distintivo y fácilmente reconocible. Este título corto y memorable permitió que el libro se popularizara rápidamente y se convirtiera en uno de los más famosos de la historia de la literatura.