Cuando el calor del verano aprieta, pocos inventos son tan valorados como el aire acondicionado. Sin embargo, más allá de su utilidad inmediata, es importante conocer su historia y reflexionar sobre su impacto ambiental. ¿Quién lo inventó y cómo podemos utilizarlo de forma más sostenible?
Aunque el aire acondicionado no sea tan trascendental como la rueda o la computadora, ha transformado la vida moderna, especialmente en regiones con altas temperaturas. Pero, como todo avance tecnológico, plantea desafíos cuando se trata del equilibrio entre confort y sostenibilidad.
La primera idea concreta para enfriar espacios cerrados surgió a mediados del siglo XIX. John Gorrie, un médico estadounidense, buscaba aliviar a sus pacientes de malaria en el sofocante clima del sur del país. Para ello, ideó un sistema primitivo que soplaba aire sobre recipientes con hielo, reduciendo la temperatura ambiental. En 1851, Gorrie patentó una máquina refrigerada por gas, un paso pionero hacia la climatización moderna.
Décadas después, el ingeniero Willis Carrier llevó esta idea más allá. Observando cómo la humedad afectaba los resultados de una imprenta a color, comenzó a desarrollar un sistema que no solo enfriaba el aire, sino que también lo deshumidificaba. En 1902, diseñó una máquina que utilizaba bobinas con agua fría y amoníaco evaporado para enfriar y secar el aire en circulación.
Carrier comprendió que un ambiente térmicamente estable mejoraba no solo la productividad, sino también la calidad de vida. Su sistema dio origen al aire acondicionado moderno y, en 1915, fundó su propia empresa para producirlo a gran escala.
Curiosamente, el término «aire acondicionado» no fue acuñado por él, sino por el ingeniero Stuart Warren Cramer, quien lo utilizó por primera vez en 1906 para describir sus propias investigaciones sobre la climatización en fábricas textiles.
El aire acondicionado es hoy una herramienta esencial en oficinas, hospitales, escuelas y hogares. No obstante, su uso masivo plantea retos importantes en términos de consumo energético y emisiones contaminantes. Aunque los modelos actuales son más eficientes y utilizan refrigerantes menos dañinos, su uso excesivo sigue contribuyendo al calentamiento global.
Por eso, es fundamental apostar por tecnologías sostenibles, mejorar el aislamiento térmico de los edificios, optar por sistemas de climatización pasiva siempre que sea posible, y utilizar el aire acondicionado de forma consciente. Encenderlo solo cuando sea realmente necesario, ajustar el termostato a temperaturas razonables (por ejemplo, 25–26 °C), y realizar un mantenimiento adecuado, puede reducir notablemente su huella ecológica.